Ser élficos

"Nuestros animales deberían ser élficos", comentaba hace pocas semanas a un amigo que vislumbra ya el final de su compañero canino. Lo repetía poco después a otros dos, tras sufrir la pérdida casi seguida de su perra y su gata, ancianas ambas. Sabemos que se irán en pocos años desde el primer día que posamos la mirada sobre ellos, pero no queremos pensarlo. Duele demasiado. No resulta de extrañar que haya empresas farmacéuticas investigando cómo prolongar sus días con nosotros, con financiaciones nutridas y la mirada puesta en avanzar ese objetivo a los seres humanos. Nuestro amor, nuestro miedo a la pérdida, los está convirtiendo en conejillos de indias de nuestra propia longevidad. Pensándolo y sintiéndolo más despacio, me desdigo y sé que no deberían ser élficos. Tolkien consideró con razón en su universo que la muerte era un don. Y el bondadosamente afilado Terry Pratchett eligió como lema, sabiendo ya que el final de todos los caminos se aproximaba, Noli Timere Messorem - no temas al segador -. Ya antes había convertido a la Muerte en protagonista amable y necesaria de su Mundodisco. Aceptar la enfermedad, la vejez y la muerte para entender mejor y disfrutar la vida en toda circunstancia es un aprendizaje fundamental; un recorrido que no siempre alcanzamos pero en el que compartir nuestro devenir con animales, de existencias más cortas, ayuda. Ellos y nosotros tenemos un fin. Pero eso significa que también tenemos un sendero.
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