Un paseo con Paloma Sánchez-Garnica por el Berlín de ‘Victoria’, la novela con la que ganó el Premio Planeta 2025

El pasado 15 de octubre, la escritora madrileña Paloma Sánchez-Garnica se hizo con el 73 Premio Planeta gracias a su novela Victoria, la historia de una mujer que en el Berlín derrotado tras la II Guerra Mundial se ve obligada a partir a EEUU para ejercer de espía de los rusos para después volver a Alemania y, ya como famosa locutora de radio, presenciar en directo la construcción del muro. El relato transcurre a lo largo de diversas localizaciones berlinesas que ahora recorremos de mano de la propia autora, quien cree que por desgracia siempre caemos en los mismos errores: “Parece que no aprendemos de una historia que se repite cíclicamente. Si uno mira lo que pasó hace 80 años y lo que está pasando ahora, podríamos decir que el fascismo cambia de cara pero no de alma. En la Guerra Fría había dos bloques claramente diferenciados, pero ahora no y tenemos al mando a gente muy loca dirigiendo el mundo. Trump y Putin son dos egocentristas imprevisibles, no sé a dónde nos llevará esto. Vivimos en un difícil equilibrio, un conflicto mundial del que no sabemos si vamos a salir. La primera parada del recorrido junto a Paloma Sánchez-Garnica es el AlliiertenMuseum, el museo que documenta la intensa relación político-militar de las fuerzas aliadas con Berlín entre 1945 y 1994. Aquí se exhiben piezas emblemáticas como la caseta de vigilancia de Checkpoint Charlie o el avión británico Hastings, que participó en el puente aéreo, además de objetos cotidianos de la vida de las comunidades militares occidentales. Para la autora, este lugar no es sólo un espacio museístico, sino la condensación física de la Guerra Fría. "En el museo se percibe perfectamente cómo Berlín se convirtió en el tablero de ajedrez en el que las grandes potencias libraron su partida, la más peligrosa del siglo XX", explica Sánchez-Garnica. La atmósfera de tensión que impregnaba la ciudad es la misma que recorre las páginas de Victoria. "Me interesa mostrar cómo se construye el miedo y cómo se vive en una ciudad dividida, narrar las historias mínimas que quedan atrapadas en medio de los grandes conflictos. En esos objetos, en esas vitrinas, hay vidas, miedos y decisiones imposibles", comenta. Sánchez-Garnica insiste en que Berlín es, ante todo, "un escenario de espías y de secretos que nunca dejan de salir a la luz". La segunda parada es un lugar clave en la novela: el edificio de la antigua Radio RIAS, en Hans Rosenthalerplatz. En Victoria, la protagonista acaba convirtiéndose en una famosa locutora de radio, testigo directo de los acontecimientos históricos que sacuden Berlín. En la realidad, RIAS fue la voz de Occidente en plena Guerra Fría, una emisora fundamental en la lucha ideológica. Sánchez-Garnica relata que eligió la radio como escenario narrativo porque "era una herramienta de propaganda y a la vez de esperanza, de salvavidas emocional para muchos berlineses atrapados tras el Muro, tenía el poder de atravesar muros físicos y mentales". La autora explica que el edificio y la figura de la locutora representan "la resistencia silenciosa que mantenían viva la verdad frente a las mentiras del régimen". "Quería que Victoria se encontrara en el epicentro de la información y de la manipulación, porque así podía mostrar cómo se controla la verdad en tiempos de dictadura", remarca. En este espacio, ficción y realidad se mezclan hasta casi confundirse. En el Ayuntamiento de Schöneberg resuena todavía el eco del famoso "Ich bin ein Berliner" que pronunció John F. Kennedy el 26 de junio de 1963. Allí, el presidente estadounidense proclamó la solidaridad de Occidente con la ciudad dividida, convirtiendo su discurso en un hito de la Guerra Fría. "Ese momento me parece esencial para comprender la atmósfera de Berlín en aquellos años", afirma Paloma Sánchez-Garnica. "Era la lucha por la libertad frente a la opresión. Quería que Victoria, aunque ficticia, respirara ese mismo clima de esperanza y amenaza constante". Para la autora, lugares como Schöneberg no son solo escenarios históricos, sino "símbolos de la fragilidad de la paz". Aunque no aparece de forma literal en la novela, la Iglesia de la Memoria constituye un potente símbolo del Berlín que inspira a Sánchez-Garnica. Las ruinas de la iglesia bombardeada se han conservado como recordatorio de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, mientras que el moderno edificio anexo simboliza la reconstrucción. La autora subraya que "las ruinas son los fantasmas de la historia" y que Berlín es una ciudad que no puede —ni debe— olvidar su pasado, y añade: "Lo que me interesa es la memoria y cómo lo que pasó puede volver a pasar si miramos hacia otro lado. Es como si Berlín siempre estuviera reconstruyéndose. En sus ruinas está escrito todo lo que somos capaces de destruir… y también de volver a levantar". La iglesia es, por tanto, un escenario espiritual de Victoria, "un Berlín herido pero en pie, exactamente como la protagonista". El aeropuerto de Tempelhof, hoy convertido en un parque urbano, fue el corazón del famoso puente aéreo que entre 1948 y 1949 mantuvo viva a la parte occidental de Berlín durante el bloqueo soviético. Visitarlo junto a Paloma Sánchez-Garnica es volver a aquel momento de resistencia. "Tempelhof me fascina porque resume el coraje de miles de personas. Me impresiona pensar en los pilotos que aterrizaban cada tres minutos", dice Sánchez-Garnica. Allí, el Memorial Puente Aéreo rinde homenaje a aquella proeza logística. "Ese episodio me ayudó a construir la parte más épica de Victoria: la idea de que, incluso en medio del miedo, siempre hay gestos de humanidad". "Tempelhof es la prueba de que la solidaridad puede salvar ciudades", sentencia. La Avenida Karl-Marx-Allee, antes Avenida Stalin, es uno de los escenarios más expresivos del Berlín comunista. En la novela, Victoria tiene conexiones personales en esta zona, donde su hermana Rebecca vivió con su sobrina. Allí, el régimen erigió majestuosos bloques para la clase obrera, símbolo de la propaganda socialista. "Quería que mis personajes se movieran por esa dualidad: el lujo monumental de la avenida y las calles adyacentes, mucho más pobres", explica Paloma Sánchez-Garnica. Además, remarca: "En la novela, esta avenida es casi otro personaje. Representa el control, la vigilancia y, a la vez, la posibilidad de escape". Para ella, pasear por Karl-Marx-Allee es "leer el alma del Berlín dividido". El recorrido concluye en Oberbaumbrücke, el puente sobre el río Spree que durante el Muro de Berlín fue un paso fronterizo peatonal y un punto emblemático de separación y reencuentro. En la novela, se convierte en escenario del momento final de los protagonistas. "Para mí, Oberbaumbrücke simboliza el paso de un mundo al otro. El muro ya no está, pero el puente sigue ahí, recordándonos lo que fue Berlín", asegura la escritora, quien también cree que el puente representa la esencia de su obra: "Es el lugar donde la historia se quiebra y, al mismo tiempo, donde se abren nuevas oportunidades". Para Paloma Sánchez-Garnica, Berlín y sus puentes son testigos silenciosos "de todos esos secretos y decisiones que cambian destinos". Sin embargo, aparte de todos estos lugares materiales, existe una localización aún más importante si cabe, algo que impregna Victoria de principio a fin: la esencia de la propia Paloma Sánchez-Garnica, su inteligencia, su sensibilidad, su imaginación… Y de todo eso también da unas cuantas pinceladas, detalles de cómo es su proceso creativo. En su proceso de escritura, Sánchez-Garnica confiesa vivir una experiencia casi total. "Vivo con mis personajes los siete días de la semana. Estoy grabando, comiendo, en el mercado, comprando… están siempre en mi mente. Y de repente, mi editora me dice: ‘Paloma, ya no puedes cambiar más'", cuenta divertida. Es en ese momento cuando se impone un cierre y ocurre algo doloroso: "Mis personajes se silencian. Ya jamás puedo hablar con ellos, solo de ellos. Pero nunca con ellos". Para ella, escribir es entrar en un estado casi hipnótico. "Necesito aislarme. Admiro a los autores que pueden escribir en estaciones de tren o en una cafetería. Yo necesito mi mesa, mi silla, mis libros detrás, mi botella de agua, mi café, mis cascos. Y que todo lo demás se quede fuera. Necesito conectar con ellos. Y entonces, mi ‘yo’ desaparece y lo único que está en mi mente son ellos. Es fascinante, como cuando estás leyendo y de repente se te pasa la hora de comer". No se impone guiones rígidos ni planes férreos. "No me valen los hitos. Me puedo poner una boya y de repente la boya se queda ahí y yo me voy para otro lado, porque he aprendido a dejarme llevar". Y aunque sus personajes surgen inicialmente como desconocidos, acaban devorando su vida. "Siempre lo digo: cuando hablo con ellos, canibalizan mi vida. El ochenta por ciento de las conversaciones con mi madre son sobre los personajes". Pero cerrar una novela implica inevitablemente un duelo. "Cuando termino, no es que se quede en silencio mi vida. Siento un poquito de vacío, pero sobre todo la sensación de tener que empezar de nuevo de cero". Además, Sánchez-Garnica confiesa que jamás relee sus propias novelas. "Sería un sufrimiento. Siempre querría darles otra vuelta". Y se define como una escritora caótica: "No guardo recuerdos físicos de mis novelas. Cojo diez libretas y en cada una apunto cosas, y luego no vuelvo a ellas. Cuando hago limpieza, me encuentro con datos, cosas que empecé a escribir… pero no guardo nada de manera ordenada". En el fondo, cree que cada historia es un espejo. "Creo que hay algo de mí en cada uno de mis personajes. En lo que soy, en lo que quiero ser y en lo que no me gustaría ser. Todos tenemos sentimientos universales: queremos que nos quieran, necesitamos amar, necesitamos encontrar nuestro lugar en el mundo". Y eso es lo que la impulsa a contar historias, a tender puentes entre las cicatrices del pasado y las emociones del presente: "La literatura está para que entendamos que seres humanos como nosotros, como cualquiera de los que estamos aquí, han sufrido cosas brutales… y han salido adelante con dignidad y determinación".
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