'Bullying' y discapacidad, una herida que no cerramos

En un país donde la inclusión ha escalado posiciones en los discursos políticos y educativos, sigue existiendo una realidad incómoda y muchas veces silenciada: el acoso escolar hacia menores con discapacidad. El aula, que debería ser un lugar de aprendizaje, desarrollo y respeto, se convierte con demasiada frecuencia en un entorno hostil para quienes son percibidos como diferentes. Y esa diferencia, en forma de discapacidad, se paga cara. Las cifras hablar por si solas el 80% de los alumnos con discapacidad han sufrido bullying, cifra que asciende al 90% en el caso de quienes estudian en centros ordinarios. No se trata de casos aislados ni de incidentes anecdóticos. Se trata de una violencia estructural que pocas veces sale a la luz como sucedió hace unos días en Cantabria. Este caso ha conmocionado a la sociedad, ¿Pero, que pasa cuando el silencio o el desconocimiento son los copragonistas de la historia? Los daños a nivel psicológico son múltiples y más cuando se generan en la niñez o en la adolescencia cuando la identidad personal no está formada. Al sufrir sistemáticamente cualquier tipo de violencia se genera baja autoestima, un sentimiento de indefensión absoluta y pensamientos automáticos y repetitivos que generan un sufrimiento enorme como: 'no valgo nada', 'nadie me quiere' o 'me lo merezco', estos pensamientos repetidos se consolidan si no hay una intervención fomentando un sentimiento de inutilidad y unos estados de ansiedad y/o depresiones importantes. Cuando además se le agrega la situación de discapacidad la situación se agrava. En cualquier caso, cualquier situación de bullying afecta a las relaciones presentes y futuras, la autoestima y la autonomía o capacidad de tomar decisiones. Algunos de las señales que nos pueden poner sobre aviso son: los comportamientos de evitación, las víctimas no quieren ir al colegio, cambios en el estado de ánimo, heridas o señales físicas de agresión, nerviosismo excesivo cuando se saca el tema del colegio, síntomas psicosomáticos, hipervigilancia e hipersensibilidad a la crítica. Los padres deben estar especialmente atentos a los cambios en el comportamiento de sus hijos. Cuando un niño deja de querer ir al colegio, está más irritable de lo habitual, tiene alteraciones del sueño, baja su rendimiento o manifiesta dolores físicos recurrentes sin causa médica clara, algo está pasando. En muchas ocasiones, el menor no hablará directamente del acoso por miedo, vergüenza o porque ha aprendido que “no sirve de nada contarlo”. Por eso, la escucha activa -sin interrupciones, juicios o prisas- es fundamental. Es vital validar las emociones de la víctima, permitir e incentivar el vaciado emocional. Para ello hay frases que desde el punto de la psicología se deben evitar a toda costa como: “No exageres”, “Seguro que no es para tanto” “Será un juego, no le des importancia”. Los padres deben solicitar inmediatamente una reunión en el centro escolar para solicitar inmediatamente el protocolo anti acoso. Para ello es de enorme utilidad, cualquier documentación o prueba que puedan aportar. Si el colegio o instituto no toma las medidas oportunas se debe tomar medidas más severas de índole legal, las asociaciones en estos casos pueden ser de gran utilidad. El profesorado muchas veces está en el lugar del delito su capacidad de detectar estos casos y actuar con rapidez es clave para causar el menor numero de secuelas posibles y que estás no se cronifiquen. En cuanto detecten un caso deben informar a las familias de la víctima y de los acosadores y activar el protocolo anti acoso. Además, cualquier víctima de bullying necesita de terapia psicológica y en muchas veces psiquiátrica para superar el bullying. Es deseable que el propio colegio o instituto facilite a la familia y a la víctima estas ayudas. El profesorado también tiene un papel preventivo fundamental creando dinámicas que fomenten el respeto, la colaboración y la convivencia entre todos los alumnos. Solo a través de la convivencia se logra la verdadera inclusión.
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